Con una remera de Marilyn Manson,
una campera holgada y un paso aligerado, íntegramente vestido de negro,
aparentemente ansioso y algo perturbado, Junior camina hacia la escuela como
todos los días de aquel primer año. Pero hoy no es cualquier día, hoy es el
último martes en que Junior será “el chico raro” de la Escuela Número 2, para
pasar a ser Junior “el autor de la masacre más grande y terrible de Carmen de
Patagones”.
Tiene 15 años, madre, padre y
hermanos. No pensará en ellos cuando active la idea que, según dice, mucho
tiempo tuvo en su mente. Tampoco lo hará la noche anterior cuando de manera
premeditada tomará el arma Browning 9 milímetros y tres cargadores con 13 balas
de la habitación de sus padres. La muerte, matar, morir. Son temas recurrentes
en la vida de Junior. Eso preocupa a sus padres. También preocupa a la escuela.
Nadie hace mucho. Nadie imagina tanto.
Un tiempo después de heredar su
apodo por el fanatismo con Boca Juniors y su virtuosismo como jugador de
futbol, Junior conoció a su amigo Dante con quien compartía además de la apatía
y la seriedad, el perfil bajo, el hermetismo, las lecturas de Nietzsche, las
charlas en inglés y cierta “oscuridad” que aparentan aquellos que aman el heavy
metal. También compartían el interés por el Nazismo, interés que ni la
educación rigurosa y severa de su padre pudo desentrañar. Junior admiraba a
Hitler, la ideología fascista y toda la liturgia nazi. Los padres, la escuela,
los psicopedagogos, los docentes y los alumnos lo sabían. Y a él le encantaba
que lo sepan.
“Muerte, muerte, muerte” decía el
pupitre de Junior del aula 1ºB. Un trabajo practico entregado de su puño y
letra sobre la masacre de Columbine hoy, martes 28 de julio de 2004, se
resignifica. Y ahí esta Junior, parado frente a sus compañeros, buscando de un
bolsillo la 9 milímetros, disparando a mansalva, de derecha a izquierda. Y ahí
están los gritos, los cadáveres, las corridas. Y ahí esta él, arrodillado en
medio del aula. Hermético, aislado, inconmovible, impenetrable. No
registra empatía ni ningún sentimiento de culpabilidad.